martes, 30 de octubre de 2007

Cuento del mas allá: Ingenua felicidad

Creía que era una de la personas más felices pero me equivoqué, me di cuenta que mis risas impedían que surgiera el llanto y disimulaban mi vacío interior. Un día me pregunté ¿por qué? si lo tenía todo; una familia completa, un novio, varios amigos, una imagen que reflejaba popularidad. Pero me sentía vacía. Aunque me miraba al espejo, me sorprendía la belleza, que en realidad era la corteza de un fruto podrido en su interior. ¿Qué me pasaba? Si tenía mil motivos para estar contenta, pero había algo que mis ojos no podía o no quería ver, era ese el motivo de mi tristeza pero, ¿qué era eso? hoy miro atrás y me doy cuenta de que vivía la etapa más bonita de la vida, la juventud. A pesar de que salía con mis amigos y con mi novio, me estaba olvidando de algo muy importante. Disfrutaba cada momento, pero me faltaba el mejor; no sé si nadie se daba cuenta de eso o era vergonzoso hablarlo, no sé si alguien lo sabía y lo escondía o si todos eran tan ingenuos como yo. La cuestión es que ningún momento nadie se atrevió a hablarlo conmigo. No me di cuenta y nadie lo advirtió. Mi felicidad comenzaba a esfumarse. Todo comenzó un día, al salir de la ducha vi en el espejo la pintura de mis ojos toda corrida, empecé a entender que mi reflejo me lo gritaba cada día, era aquel llanto nocturno que también llamaba a la soledad inesperada. Y al darme cuenta sentí bronca de mi misma, de mis ojos que ya no entendían la realidad. Frente a ellos recuerdo que lancé con furia mi mano hacia el espejo… al límite. Fue suficiente para ver correr la sangre, y para ver mi piel quebrada por la astilla de un vidrio sincero. Aquel espejo que me repetía lo mismo cada día era testigo. Vi caer los pedazos de mi rostro en el artefacto de higiene, me di cuenta de mis pecados, pecados hasta hoy imperdonables por mi persona cruel y despiadada. Ya nada era alegría. Cada gota de tristeza me recordaba lo acontecido, entonces fue más la sangre derramada esa noche, en el baño de mi casa, cuando tome un pedazo de reflejo que me destrozó, apretado por mi furia, dándome a saber que jamás podría ocultarlo, sabía que me encontrarían allí y sospecharían de mis sentimientos es por eso que decidí llevarme el secreto conmigo. Mi cuerpo estaba débil, me senté en el suelo, pero unos segundos después todo mi cuerpo reposaba en aquel lugar. Fueron segundos agonizantes, los últimos que recuerdo. Hoy me pregunto ¿cómo no me di cuenta antes?
Belén Wernli

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